Lo del chalet de Iglesias y Montero ha sido entretenido. Es fascinante que Galapagar y la Sierra todavia resuenan en el imaginario madrileño como algo propio de la clase alta, y he estado leyendo la hemeroteca del ABC a la busca de los origenes de esta imagen. Ahi Victor de la Serna se marca un ensayito sobre el tema cuando entierran a Jacinto Benavente, y se sube a la construccion de El Escorial y a los tiempos de Felipe II. En el otro extremo, en las webs, un vecino historiador de Torrelodones sugiere que fue una continuada campaña publicitaria de Ferrocarriles del Norte, para promocionar sus apeaderos. Entre medio, un monton de notas de sociedad «el conde fulanito regreso de su finca de Galapagar» y anuncios «se alquilan/venden hoteles, nuevos, a 35 km de Madrid». Ministros y politicos retirandose durante el fin de semana a su finca de la sierra, desde donde tienen que acudir con prisa a cualquier convocatoria del congreso o propiamente a su encuentro con el destino: leo tambien que Calvo-Sotelo volvia de Galapagar el 12 de julio… ¿que habria pasado si se hubiera quedado en la sierra un dia más?
Quizas por la desamortizacion, no se ven realmente muchas alusiones a terrenos de la nobleza, más bien fincas de caza compradas por millonarios y que luego van sufriendo diversas peripecias, segun pasan a hijos y nietos y se dilapidan los patrimonios. Fincas «para clases medias y cuadros», dicen los proyectos de construccion de los setenta.
A principios de siglo encuentro la finca de «La Navata», aunque en lado del rio que da a Torrelodones. Es propiedad de la hija de Candido Lara, el del teatro. Con el tiempo dona parte de la finca a la colonia de la estación, y la herencia completa acaba vendiendose en la postguerra para financiar una institucion de estudios universitarios.
Frente a esa finca cruzando el rio (no creo que fuera parte de ella) encontramos a principios de los cincuenta la de «Las Monjas», propiedad de Aurelio Botella, un arquitecto que -hijo de medico- ha hecho fortuna durante la postguerra diseñando hospitales para tuberculosos. Quizas pensara construir uno en ese terreno, pero simplemente lo adapta como vedado de caza y asi estara hasta que en los setenta sus hijos deciden urbanizar la mitad del monte y venderlo para que alguna inmobiliaria lo parcele. Los nietos, arquitectos y artistas, todavia siguen viviendo en la mitad sur. Durante la reparcelacion, los arquitectos de la inmobiliaria se ven obligados a alejar las fincas del rio, asi que donde los propietarios iniciales habian pensado hacer pasar una carretera hacen hueco para un chalecito mas. Que se queda en el catastro con una esquina cortada.
En torrelodones vivia por esas epocas un pequeño empresario que habia llegado a Madrid a la busca de fortuba y habia montado una pequeña textil de ropa de faena, primero vendiendo uniformes a la republica y luego más tarde haciendo camisas azules para los falangistas. No llego a donar su finca al ayuntamiento pero sí que se realizo cierta permuta para convertirla en la que hoy es el parque Jotache, y sus hijos intentaron dar continuidad al negocio. Una de las familias aprovecha las urbanizaciones de La Navata para comprar la parcelilla de la esquina cortada. Quizas podrian haber negociado comprar esos cien metros cuadrado que aun faltaban, pero por lo que sea les parece bien dejar las cosas como estan. Un par de años despues alguien trazará por encima de todas estas fincas el parque regional del guadarrama, y se quedará todo en estado de mejor no menearlo.
Llega el siglo XXI y la crisis, y ya sabemos que en chino la palabra «crisis» significa «mejor nos jubilamos y nos vamos a Marbella». Asi que salen parcelas a la venta, y salen nuevas familias de politicos y funcionarios dispuestos a comprarlas. Y la vida sigue en los hotelitos de la sierra.
¿Conclusiones? No sé… Parece que el gran propietario que compra un monte en galapagar es el que ha hecho negocio vendiendo al ejercito o trabajando para el estado en algun cuadro profesional de elite. Algo a lo que es dificil darle continuidad hereditaria -no basta el hijo de arquitecto estudie arquitectura, ha de tener la misma coyuntura- y la finca rural a un paso de Madrid enseguida se convierte en algo del pasado, el capricho del abuelo.
Por otro lado el proceso de fragmentacion parece bastante irreversible, las grandes parcelas del siglo XIX venian de desamortizar a clero y nobleza. El monte de Candido tenia 10 kilometros cuadrados, el de «Las Monjas» un kilometro, el de los JotaChe en el centro del pueblo no dejaba de ser una parcela. Tambien la movilidad ha ido haciendo absurdo -en la medida que alguien podria pensar que antes no lo fuera- tener grandes fincas de caza al lado de la capital. Supongo que todo esto lo tendran estudiado los geografos.
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